David Núñez
7 min readMay 20, 2021

Del Kitsch al meme, el mal gusto digital

Gatos, gatos, gatos que tocan el piano, gatos que se mecen, gatos que maúllan, gatos tan odiosos que sus dueños creen que son especiales, gatos que son memes, gatos que son tan famosos que los académicos los utilizan para preguntarse sobre el poder de difusión de imágenes en la red, gatos que son tan célebres que estoy hablando de ellos y todos ustedes saben de qué se trata esto y si no, afortunados, porque entonces no entenderán el post sobre cómo un hermoso ser vivo como un gato haciendo cosas ridículas es el primer ejemplo no de la idea de Dawkins sobre los memes como información que se reproduce sistemáticamente sino de la carencia de filtros estéticos o sorprendentes en épocas digitales. Eso que se ha llamado el kitsch digital.

La palabra kitsch se origina del término alemán yiddish "etwas verkitschen" que significa copia inferior al estilo original.

El kitsch es una de las corrientes “artísticas” de mayor trascendencia tanto en México como en el mundo, una mezcla de símbolos, muchos disímiles que encuentran su equilibrio en la desproporción y conlleva el estatus occidental de modernidad al separar la palabra élite de arte, para incluirlo en la realidad heterogénea. Con las herramientas digitales y soportes como Instagram, Youtube, Tik-tok, es exponencial.

Eso que en el siglo anterior era una muestra estética de que el ingenio está en todas partes, ya no tiene que estar cercado en un museo o en grandes palacios sino que las viviendas comienzan a ser sede estética, y que mayor vivienda que tu espacio digital, tu nicho de poder.

Ahora, todos están cerca de la obra artística, sin importar la condición socio-cultural, sino la socioeconómica. Con la promoción de la cultura burguesa tener es una muestra de poder, lo que lleva a la opulencia, al exceso de los medios respecto de las necesidades.

Cuando Napoleón conquista, cuentan que tenía colgado en el baño a la Gioconda, en el siglo veinte la única forma de tenerla era en litografía o una copia absurda que vende un imitador pintor-zuelo para sobrevivir, ahora lo importante es estar entre la Gioconda y la imagen, mostrarnos, cerca de ella, pues la pintura ya no vale por sí misma sino por el estatus que conlleva pues, como aclara Abraham Moles en El Kitsch, “para la sociedad burguesa, regida por el dinero, es decir, por la existencia de una tabla de esfuerzos vinculados con la acumulación, se constituye, en el universo del arte, una demografía de las obras, que pueden pertenecer al universo de los único, como en el siglo XIX, o al de la copia, como en la actualidad”.

Una época donde la burguesía reina, donde la opulencia es una virtud y se busca una felicidad ambigua: felicidad es confort, felicidad es posesión, porque conlleva autoafirmación (soy lo que tengo), gemütlickeit (confort sentimental) y ritualidad. Todos estos tipos de felicidad que busca el hombre los encuentra en los centros comerciales, “El fenómeno kitsch se basa en una cultura consumidora que produce para consumir y crea para producir, en un ciclo cultural cuya idea fundamental es la de aceleración.” Dice Moles. Ello escolta a una alienación posesiva: más es mejor. Los objetos dejan de estar hechos para el hombre, ahora el hombre está destinado a los objetos.

Esto lo plasma Julio Cortázar en “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj” en Historia de cronopios y famas. La frase final ejemplifica el consumismo moderno: “No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”.

Por ello la gente no se deshace de sus antiguas posesiones sino amontona los objetos sin orden alguno. Un ejemplo es la recamara de un boxeador, luchador o futbolista que tiene todos los trofeos, playeras, guantes, máscaras, fotografías, vírgenes y santos que le ayudaron a conseguir la gloria en un espacio de 2 por 3 metros. Pero también es claro ejemplo la sala burguesa donde amontonan los objetos con el fin de lucir el poder de adquisición y no el bueno gusto. Los objetos cambian, la mentalidad no.

Claro ejemplo es la acumulación de objetos que Wells explota en el principio-final de El ciudadano Kane. Kane es poderoso en cuanto pueda comprarlo todo. No importa el estilo sino la posesión. Si lo tiene todo es divinizado y Xanadu es el paraíso.

Hoy en día esto se fue a un nivel estratosférico, cada minuto 46,740 personas publican una foto en Instagram. Instagram es el portafolio de la obscenidad acumulativa, reafirmando que así como “el kitsch se opone a la simplicidad: todo arte forma parte de lo inútil y vive del consumo del tiempo; en este sentido el kitsch es un arte, puesto que adorna la vida cotidiana con una serie de ritos ornamentales que la decoran” (Moles, 1973).

Los ritos burgueses suplen a los ritos divinos. En el medioevo no todos podían observar las grandes iglesias, las esculturas religiosas y mucho menos portar objetos divinos, porque ello sería pagano.

El kitsch explota la ritualidad del arte, la gente puede tener en la escalera de su casa un crucifijo de dos metros, tatuada en la espalda a la virgen, o en el mejor de los casos, los objetos religiosos se conglomeran con objetos modernos: un Cristo con luz fosforescente en las llagas; una virgen de Guadalupe que su manto estrellado brilla con luces navideñas, o afiches democráticos de los santos que pueden ser pegados en la defensa de un automóvil o un cuaderno escolar. La religión está al servicio de todos y el arte kitsch acerca al hombre a la divinidad. Por vez primera se rompe con la consigna de Miguel Ángel “el arte es un reflejo de la divina perfección” y el arte se populariza, el oficio ya no tiene que estar cerca de Dios sino del hombre. Esta democratización es una prostitución icónica, ya que el objeto no es valorado en si, sino por su utilidad.

La prostitución icónica es pilar del kitsch: no importa la simbología que hay detrás sino la representación. La gente no tiene tiempo de contemplar sino de mirar, por ello no importan los elementos ocultos, se eliminan las nimiedades para explotar lo obvio. Los objetos se deforman, los materiales se degradan con el fin de abaratar los costos y se producen en serie - el artesano se aliena de su trabajo para convertirse en obrero-, se hacen más llamativos y todo con el fin de que la gente se acerque a la exuberancia voluntaria. En cambio, para el amante del kitsch sus gustos son involuntarios, si se busca una estética se rompe con los principios básicos.

El Kitsch es inigualable pero a la vez es una constante repetición de sí, cambian los colores pero no los símbolos, se transforman los significantes pero no los significados, es un deja-vú que complace a la gente y la hace feliz. En la pintura, los cuadros y las postales en lugar de imitar a la naturaleza o a la realidad, obligan a éstas parecerse cada vez más a los colores pastel. Mucha gente cree que el cuadro que cuelgan en la sala y retrata un atardecer marítimo es más bello que los originales, porque los colores se secunden con orden. Si un hombre puede ostentar más que la naturaleza ha vencido.

En la literatura ocurre un hecho similar, los libros kitsch son leídos por masas intrigadas que conocen el final, esto se ve en obras como “El libro sentimental” o el aclamado “libro vaquero”, porque explota los extremos de las situaciones y personajes arquetípicos, ella es muy bella y él muy rico; ella muy pobre y él la ama con pasión... los dos son felices para siempre. La incongruencia del relato repetido ad infinitum le da validez social. Con las telenovelas ocurre lo mismo. La felicidad es un reflejo de la repetición de lo homogéneo. Todos sueñan lo mismo, todos repiten las mismas frases (tarjetas postales y tarjetas de felicitaciones), todos buscan diferenciarse entre la homogeneidad y el valuarte para destacar es la acumulación económica, de ahí el contraste modístico entre las clases (“como te ves te tratan” dice el dicho), pues como asegura Moles “la moda es, en realidad, un factor que proviene del contacto social, y por lo tanto de la socialización”. La moda es un medio para aspirar a un incremento social y, según la modernidad, alcanzar la felicidad. Esta necesidad vuelve al kitsch universal, pero en los países en vías de desarrollo que aspiran al modelo occidental, encaminan a las masas hacia el hedonismo. (Moles, 236)

Dentro de esta búsqueda de pertenecer a un selecto grupo de “felices” se intenta ser aún más feliz que los otros: el boom hollywood es un ejemplo de ello, las estrellas son más felices, bellos, inteligentes y por si fuera poco están más cerca de la divinidad que uno, o los narcotraficantes, que tienen en sus casas parques de diversiones, zoológicos, coches estrafalarios, pistolas con incrustaciones de joyas y gastan muchísimo dinero para demostrarle a la gente porqué es bueno arriesgar la vida y la felicidad real por un puñado de billetes que ostentar. El kitsch y la ignorancia van de la mano porque el kitsch es la estética de mentir.

Muestra de esto es la serie que hace quince años presagiaba esto y la veíamos simplemente como mal gusto no anticipación, la obra audiovisual de E!: It´s good to be, donde muestran las “maravillas” de ser rico y gastar lo mismo que Brad Pitt, Marlon Brandon, Marilyn Monoe o Britney Spears. Para esta felicidad no importan los problemas para entablar relaciones serias, defender la privacidad, la elevada tasa de suicidios y asesinatos, etc.

La ilusión de la belleza se complementa con el tiempo libre de la modernidad, todos son artistas: las amas de casa reproducen las obras maestras para regalarlos; Pierre Menard rescribe el Quijote y asegura que es una creación personal, etc.Los youtubers suben fotos de sus mascotas….

Pero no todo lo que crea el kitsch es reprochable, asegura Moles, porque de la estética kitsch se desprendió el Bauhaus, el expresionismo, el display y la mayoría de las artes actuales; además –agregaría yo- surgieron grandes figuras como El Santo, Elvis Presley (en su etapa Vegas), Gaudí y muchísimas figuras y corrientes que definen países como México pero sería absurdo enumerar. Y esperemos que dentro entre miles de imágenes que se comparten se construya no una obra maestra sino una nueva estética.





BIBLIOGRAFÍA:

Moles, Abraham A,. EL KITSCH, el arte de la felicidad, Piados, Buenos Aires, 1973.

Broch, Hermann, Kitsch, vanguardia y arte por el arte, Tusquets, Barcelona, 1979

David Núñez
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Investigador y narrador digital. Doctorante en Comunicación Digital y Maestro en Letras por la UNAM. Profesor de Narrativa, Literatura Electrónica y Creatividad